Desde la TV y los demás medios se nos bombardea con la idea de que los automóviles, (y ahora patinetas y scooters) eléctricos son la solución a la emisión de gases de efecto invernadero y nos quedamos con esa idea sin tomarnos el trabajo de pensar que es muy probable que la mayoría de vehículos con esa tecnología estén dañando al planeta mucho más que un V8 devorador de dinosaurios.
Autos eléctricos ¿Qué tan verdes son?
Los vehículos eléctricos no están ni libres de impacto ambiental.
Un análisis del biólogo molecular y periodista de ciencia Javier Yañez en una extensa nota publicada en Open Mind indica -entre otras cosas- que «…sobre el vehículo privado recae una gran carga de las emisiones causantes del cambio climático; cuatro veces más que sobre el avión.
El reciclaje de baterías es una tarea que demanda mano de obra especializada e infraestructura adecuada. Eso suma costos al mundo de la electricidad que casi nunca se dimensionan.
De hecho, y aunque el transporte aéreo sí impacta considerablemente en la huella de carbono, la aviación sólo supera ligeramente a la navegación marítima en cuota de emisiones.
De todas maneras, el alud ya comenzó a rodar y a diario nos enteramos del último auto, moto o scooter que nos ayudará a detener el calentamiento global.
La «huella»
La famosa «huella de carbono» que nos dice supuestamente cuánto estamos generando a través de nuestros hábitos es solo una farsa denunciada en su momento por Mark Kaufmann en Mashable.com como una estrategia de marketing de la British Petroleum (BP) y que tanto el concepto de la huella de carbono como su primera calculadora contribuyen a que millones de ciudadanos en todo el mundo se sumen a la movilidad eléctrica o híbrida, concernidos por el dato a menudo repetido de que el transporte significa la cuarta parte de las emisiones globales.
Los transportes, en todas sus modalidades, son responsables del 21% de las emisiones globales de CO2, o un 23-24% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero. Un 72% de este total se debe al transporte terrestre, mientras que la aviación se queda ligeramente por encima del 10%, poco más que la navegación marítima. De todas las emisiones del transporte, el 41-45% corresponde a los coches, seguidos con un 22-29% por los camiones pesados y medianos.
Tesla se volvió un símbolo del auto eléctrico y sustentable y si “huella de carbono” es un cálculo astutamente direccionado.
La realidad
A medida que los estudios avanzan sobre el real impacto de la movilidad eléctrica queda en evidencia que aún con las maravillas de los autos de Tesla y el afán de las automotrices por la electricidad, no pasa de ser otra cosa que una tendencia impuesta por el mercado como lo son las SUV que, aunque incomodas y caras respecto de un auto, la publicidad se encarga de decirnos lo convenientes que son para vivir aventuras en lugares a los que nunca iremos.
Los datos recogidos por los investigadores revelan una sorpresa: cambiar el vehículo convencional por uno más eficiente puede conseguir una reducción de emisiones de 1,19 toneladas de CO2 equivalente (tCO2e) al año, mientras que un coche eléctrico aún emite una media de 1,15 tCO2e. La medida que supera ampliamente a estas, la segunda más eficaz entre todas las identificadas por los autores, con una reducción de 2,4 tCO2e al año, es prescindir por completo del coche.
Lo cierto es que los vehículos eléctricos tampoco están ni mucho menos libres de impacto ambiental. La extracción de materias primas, su fabricación, transporte, la energía necesaria para hacerlos funcionar y la gestión de los residuos al final de su vida útil —incluyendo las baterías, que contienen metales como litio, cobalto, plomo, níquel o cobre—, dejan una huella considerable en forma de contaminación y emisiones. La clave, entonces, sería saber si el ciclo de vida completo resulta ventajoso respecto a los coches convencionales.
Si la electricidad proviene de una fuente renovable la movilidad eléctrica puede mostrar su potencial, siempre que no descartemos el auto y la batería antes de 2 a 5 años.
Electricidad que contamina
Se nos «vende» que debemos marchar hacia un cambio de hábitos en la movilidad para lograr esa reducción de carbono y la imagen del último juguete eléctrico se amplía en la mente. Pero es un dato real que fabricar un coche convencional genera 10,5 toneladas de CO2, mientras que uno eléctrico produce 13 toneladas.
De estas, 3,2 corresponden a la fabricación de la batería. En cuanto al reciclaje, el de un vehículo de combustible fósil produce 1,8 toneladas de CO2, y 2,4 el de un coche eléctrico, de las cuales 0,7 proceden del reciclaje de las baterías.
Conclusión si queremos cuidar el medio ambiente de manera inmediata, subirse a cualquier cosa eléctrica claramente no es el camino más rápido.
En un controvertido y criticado artículo en The Guardian, el economista de la Universidad de Múnich Hans-Werner Sinn afirmaba hace algún tiempo que los vehículos eléctricos simplemente trasladan las emisiones del caño de escape a la central de energía. Y aunque todo el ambiente de «expertos» le saltó al cuello, lo cierto es que más del 80% de la electricidad global aún procede de los combustibles fósiles.
Un auto para siempre
Una de las maneras de cambiar de mentalidad sería dejar de cambiar el auto eléctrico cada dos años aunque comprar nuevas baterías sea casi tan costoso como hacerse de un auto nuevo.
En un futuro ideal, donde toda la electricidad proceda de energías limpias y renovables, desaparecerán las objeciones al coche eléctrico, ya que esta opción se demostrará como netamente ventajosa en el ciclo de vida del vehículo. Pero hoy no es el caso; y en la situación actual y en la transición hacia ese futuro descarbonizado, el vehículo eléctrico puede imponer problemas adicionales.
Fuente: Diario Norte